miércoles, 9 de noviembre de 2011

LOS CABALLEROS DE CARLOS WIESSE

Carlos Wiesse fue un notable escritor y pedagogo tacneño (1859-1945) que hizo mucho por la educación peruana y por la recuperación de Tacna secuestrada por Chile después de la Guerra del Pacífico. En reconocimiento a su frondosa labor patriótica, le pusieron su nombre a uno de los colegios secundarios más emblemáticos de Lima Norte: la G.U.E. Carlos Wiesse de Comas. Allí estudiamos durante nuestra adolescencia y juventud.
Cuando todavía estábamos en primaria, papá dijo que pronto nos tocaría estudiar en este colegio y debíamos estar a la altura. No entendimos en ese momento a qué se refería. Más tarde lo supimos, no sólo porque en sus aulas dictaron clases respetados maestros catedráticos de la Universidad San Marcos, además de artistas, poetas y deportistas de renombre; sino por una historia épica que mucho tiempo después descubrimos.
¿Quién no ha escuchado el famoso huayno Flor de Retama? Un tema que ha recorrido el mundo y que muchos -equivocadamente- creyeron fue hecha para la infausta guerra interna de los 80-90. El mismo autor, Ricardo Dolorier, lo ha desmentido una y otra vez. Esa canción rinde homenaje a los escolares de Ayacucho que se levantaron en contra del D.S. Nº 06 dado en el año 1969 y que ponía en peligro la gratuidad de la enseñanza.
Fue en una reunión amical -ofrecida por un editor amigo, Hernán Alvarado- donde nos encontramos con el maestro Dolorier, le pedimos nos cuente una vez más la historia de Flor de retama; relató con paciencia el hecho ya conocido, pero además nos confesó un dato adicional y sorprendente: "Todo ésto empezó -dijo- en un humilde colegio de Lima, sus estudiantes iniciaron la lucha tomando el plantel, un ejemplo que luego los huantinos siguieron hasta morir. Ese colegio se llama Carlos Wiesse de Comas".
Entonces, comprendimos por qué nuestra alma mater resultaba tan singular frente a otros colegios con más tradición en Lima. Entendimos por qué el Carlos Wiesse era tan respetado, por qué del lema "donde hay un carlowisino, hay un caballero"; comprendimos por qué las protestas escolares reinvidicativas que se organizó en la década del 70 -como lo hacen hoy los escolares chilenos- eran seguidas entusiastamente por los demás colegios. No por gusto habíamos tenido directores como Jorge Castro Harrinson, no fue casualidad que maestros como Chatpman o Cisneros nos hicieran leer libros que hoy estarían prohibidos en las escuelas; por algo habíamos aprendido a conocer nuestros derechos y deberes, a conocer la solidaridad y la inclusión al que tenían derecho nuestros hermanos del Perú olvidado. Habíamos aprendido a tener el alma libre con poetas del pueblo como Leoncio Bueno y a buscar, aunque sea ilusión, un futuro perfecto, con justicia y sin desigualdades oprobiosas.
Por eso, cuando, aún escolares, participamos en una movilización en 1975 contra la dictadura militar que comandaba Morales Bermúdez, nuestra columna -que marchaba a Campo de Marte y la cual había empezado con un grupo de carlowisinos-, se hizo gigantesca en el camino porque los demás colegios se nos fueron adhiriendo. Claro, éramos del Carlos Wiesse, los herededos de una estirpe de luchadores que fueron los primeros en defender la gratuidad de la enseñanza en ese ya lejano abril de 1969.

lunes, 23 de mayo de 2011

UN CANTO CORAL PARA ALEJANDRO ROMUALDO

Este 27 de mayo, nuestro recordado maestro, Alejandro Romualdo Valle Palomino, cumple tres años de su muerte. Nacido en Trujillo en 1926, fue un poeta a carta cabal, dibujante de caricaturas políticas y profesor universitario. Quizás no muchos recuerden su figura, menuda y delgada, con una mirada desafiante y nariz que enrojecía cuando estaba emocionado. Pero ¿quién no recuerda este indómito verso: Querrán matarlo y no podrán matarlo? Sí, él es el autor del famoso Canto Coral a Túpac Amaru.
Aún tenemos en la memoria el suplemento de un viejo periódico ya desaparecido donde por primera vez nos deslumbramos con su fabuloso poema. Éramos escolares de primaria y recién se había inaugurado la avenida Túpac Amaru de Comas. En nuestra inocencia creimos leer: "Canto Coral a la avenida Túpac Amaru", entonces imaginamos que hablaría de nuestra única avenida asfaltada del barrio. Pero no, descubrimos en cambio que se refería a un hombre de raza heróica, un visionario de la historia y precursor de nuestra patria.
Corrimos a enseñarle a nuestro padre el descubrimiento que habíamos hecho, sin embargo él se nos adelantó diciéndonos: "yo conozco al papá del que ha escrito ese poema, siempre va al restaurante donde trabajo. Es un actor de teatro, trabaja con el grupo Histrión, se llama Alex Valle, y cierta vez que le despachaba un café, me confesó que tenía un hijo poeta, él", nos dijo señalando la firma al final del poema: Alejandro Romualdo. Impresionados por esta anécdota guardamos, a partir de entonces, una secreta admiración para este literato.
Años más tarde tuvimos la fortuna de ser sus alumnos en la Facultad de Comunicación de la Universidad San Martín de Porres. Era un hombre más bien taciturno, muy poco aficionado a las bromas y a veces gruñón. Pero solidario y agudo cuando entrábamos a los vericuetos políticos. Sólo una vez nos atrevimos a comentarle sobre su Canto Coral a Túpac Amaru y él nos reprochó: "¿Sólo eso nomás saben de mi poesía?". Sentimos que fue un reclamo salido de lo más hondo de su ser. Estaba preocupado que las nuevas generaciones no supieran de su vasta producción.
Hoy vemos que su inquietud si tenía asidero. ¿Cómo es posible que no se hayan escrito estudios sobre su poesía, biografías documentadas, investigaciones sobre su estilo o antologías respetables? Alejandro Romualdo es considerado uno de los más importantes poetas del siglo XX de América Latina; sin embargo, su extraordinaria obra ha sido muy poco difundida en el Perú y el mundo. Pareciera que lo quisieran olvidar, sacarlo del parnaso, apartarlo de la historia literaria peruana; pero no podrán. Como él mismo ha escrito: querrán matarlo y no podrán matarlo / al tercer día de los sufrimientos, cuando se crea todo consumado, gritando: / ¡libertad! sobre la tierra, ha de volver. / Y no podrán matarlo.

domingo, 30 de enero de 2011

JOSÉ MARÍA ARGUEDAS: ¿CIEN AÑOS DE SOLEDAD?


Aunque parezca increíble, nosotros fuimos arguedianos desde mucho antes de leerlo. Y es que cuando por primera vez -teníamos catorce años- descubrimos a Arguedas, encontramos que allí estaban la voz de nuestro abuelo, las peripecias de nuestro padre, la ternura de nuestra madre, las agonías de nuestros tíos.
Cierto, nacimos en el Callao y tuvimos como lengua madre ese castellano tosco de la gente porteña. Nuestros primeros compases musicales fueron de la Sonora Mantancera y peleábamos entre nosotros por usar el mejor zapato que nos compraba el abuelo Juan. Pero dentro de nuestras venas corría esa sangre andina y profunda que afloraba cada vez que los tíos y papá, radicados en Lima, se atrevían a tocar huaynitos y recorrian infructuosamente con sus guitarras las emisoras de radio.
Los abuelos nos contaban historias y anécdotas de su tierra, nos dieron de beber sus alegrías, sus penas, sus aventuras y nos tradujeron su voz, tan poética, tan mansa y a la vez salvaje, sin medias tintas, cuando lo ameritaba la situación. Ellos también eran arguedianos sin saberlo.
Por eso, cuando por primera vez leímos La agonía de Rasu Ñiti nuestra sorpresa fue mayúscula; allí encontramos a los danzantes de tijeras que conocimos de niños gracias a la admiración de la abuela Hipólita. Sin embargo la historia que nos contó ella era más sangrienta, épica y por sobre todo, real. Los contrincantes, contratados por dos grupos familiares se daban de latigazos y hacían pruebas cada cual más peligrosas, hasta que uno de los danzantes se dio por vencido. Sin embargo, el ganador quedó tan mal herido que murió de regreso a su pueblo; en su memoria dejaron una cruz en el camino que aún hoy permanece.
Motivados por esta primera experiencia, nos atrevimos a leer además Yawar fiesta y luego Los ríos profundos. Un par de mozalbetes leyendo libros tan densos, era para no creer. Sin embargo, pudimos redescubrir en estas novelas toda nuestra historia familiar desarrollada en una zona tan escabrosa como es el Cañón de Cotahuasi, al norte de Arequipa y sur de Ayacucho.
La controvertible muerte del maestro José María Arguedas nos privó de conocerlo personalmente; pero cuando fuimos profesores en la escuela superior de folklore que lleva su nombre, sentimos la satisfacción de estar bajo su sombra, sentimos que él nos daba la mano para seguir adelante, para escribir ahora ya no de los ríos y de las montañas donde vivieron nuestros abuelos, sino de los cerros y arenales, donde ahora viven nuestros hijos. También nos ha dejado otra tarea: la creación de la novela épica sobre nuestros orígenes como nación y cultura.
Este año se cumple cien años de su nacimiento y, a pesar de la ingratitud oficial del gobierno de turno, Arguedas no está solo, tiene amigos, discípulos, admiradores, seguidores, familia y, principalmente, a sus paisanos andinos que harán de este año "El año del Centenario del Nacimiento de José María Arguedas", pese a quien le pese.