domingo, 30 de enero de 2011

JOSÉ MARÍA ARGUEDAS: ¿CIEN AÑOS DE SOLEDAD?


Aunque parezca increíble, nosotros fuimos arguedianos desde mucho antes de leerlo. Y es que cuando por primera vez -teníamos catorce años- descubrimos a Arguedas, encontramos que allí estaban la voz de nuestro abuelo, las peripecias de nuestro padre, la ternura de nuestra madre, las agonías de nuestros tíos.
Cierto, nacimos en el Callao y tuvimos como lengua madre ese castellano tosco de la gente porteña. Nuestros primeros compases musicales fueron de la Sonora Mantancera y peleábamos entre nosotros por usar el mejor zapato que nos compraba el abuelo Juan. Pero dentro de nuestras venas corría esa sangre andina y profunda que afloraba cada vez que los tíos y papá, radicados en Lima, se atrevían a tocar huaynitos y recorrian infructuosamente con sus guitarras las emisoras de radio.
Los abuelos nos contaban historias y anécdotas de su tierra, nos dieron de beber sus alegrías, sus penas, sus aventuras y nos tradujeron su voz, tan poética, tan mansa y a la vez salvaje, sin medias tintas, cuando lo ameritaba la situación. Ellos también eran arguedianos sin saberlo.
Por eso, cuando por primera vez leímos La agonía de Rasu Ñiti nuestra sorpresa fue mayúscula; allí encontramos a los danzantes de tijeras que conocimos de niños gracias a la admiración de la abuela Hipólita. Sin embargo la historia que nos contó ella era más sangrienta, épica y por sobre todo, real. Los contrincantes, contratados por dos grupos familiares se daban de latigazos y hacían pruebas cada cual más peligrosas, hasta que uno de los danzantes se dio por vencido. Sin embargo, el ganador quedó tan mal herido que murió de regreso a su pueblo; en su memoria dejaron una cruz en el camino que aún hoy permanece.
Motivados por esta primera experiencia, nos atrevimos a leer además Yawar fiesta y luego Los ríos profundos. Un par de mozalbetes leyendo libros tan densos, era para no creer. Sin embargo, pudimos redescubrir en estas novelas toda nuestra historia familiar desarrollada en una zona tan escabrosa como es el Cañón de Cotahuasi, al norte de Arequipa y sur de Ayacucho.
La controvertible muerte del maestro José María Arguedas nos privó de conocerlo personalmente; pero cuando fuimos profesores en la escuela superior de folklore que lleva su nombre, sentimos la satisfacción de estar bajo su sombra, sentimos que él nos daba la mano para seguir adelante, para escribir ahora ya no de los ríos y de las montañas donde vivieron nuestros abuelos, sino de los cerros y arenales, donde ahora viven nuestros hijos. También nos ha dejado otra tarea: la creación de la novela épica sobre nuestros orígenes como nación y cultura.
Este año se cumple cien años de su nacimiento y, a pesar de la ingratitud oficial del gobierno de turno, Arguedas no está solo, tiene amigos, discípulos, admiradores, seguidores, familia y, principalmente, a sus paisanos andinos que harán de este año "El año del Centenario del Nacimiento de José María Arguedas", pese a quien le pese.