martes, 24 de mayo de 2016

AHORA SÍ TE LLOVERÁN LOS HOMENAJES, OSWALDO

Oswaldo Reynoso, quizás el mejor escritor peruano de narrativa urbana del siglo XX, se nos fue en la madrugada de hoy, justo en la hora en que él solía sentarse a la mesa de un bar para enseñarnos cómo se debía comportar un verdadero escritor, a diferencia de esos productos editoriales como los que hoy abundan bajo el membrete de "escritores".
Para nosotros siempre fue el mejor, no solo porque escribía bien, si no porque lo podíamos leer a limpias, sin que nadie nos empujara a hacerlo; cosa que no sucedió con Vargas Llosa por ejemplo, a quien leíamos porque era necesario estar al día con lo último de sus creaciones y no quedar marginados de las conversaciones literarias. 
Aprendimos a admirarlo en nuestra época escolar, cuando su extraordinaria novela "En octubre no hay milagros" publicada en la serie populibros que editaba Manuel Scorza, llegó a nuestras manos. Imaginábamos al autor como uno de esos personajes de su novela: ágiles, controversiales, rebeldes, agresivos, pero siempre realistas, que podíamos encontrarlos a la vuelta de nuestra casa, porque en todos los barrios siempre han existido protagonistas de historias truculentas que pocos se atrevían a mostrar, pese a que estaban a la vista y en la boca de todo el vecindario.
Conocer personalmente a Oswaldo fue uno de los momentos más memorables de nuestras vidas, físicamente se veía como un tipo fortachón, de cabellera maciza y gris, de hablar pausado pero de ideas agudas. Luego que presentamos un libro nuestro en cierta Feria Internacional del Libro, salimos a fisgonear libros en los estantes cuando lo vimos sentado a una mesa, solitario, como esperando a alguien; mientras a su lado, en otra mesa, un escritor español -de quien apenas habíamos visto alguna portada de sus libros- atendía a una larga cola de gente ansiosa de un autógrafo. El panorama era un poco desalentador para nuestro Oswaldo -al fin y al cabo eso siempre le hacen a los grandes escritores-, pero para nosotros fue una ocasión para tener todo el tiempo del mundo con él. Así que nos presentamos como admiradores y en medio de la conversación descubrimos que teníamos amigos comunes. 
A partir de esa oportunidad volvimos a encontrarnos cotidianamente en diversas reuniones literarias en donde departimos largas o breves, reveladoras y entretenidas conversaciones sobre literatura, chismes o su querida Cantuta que tanto amó. Esperábamos estas charlas se dieran por muchos años más; pero el gran Oswaldo se nos fue antes. Aún recordamos la última vez de que nos encontramos en una reunión de SM Perú, allí le propusimos otorgarle el Premio Palabra en Libertad, galardón que la Sociedad Literaria Amantes del País entrega a escritores vivos. Él nos miró sorprendido, tomó el periódico En negro/blanco que le dimos y en cuya página central estaba publicada una lista de los premiados, y nos dijo: "yo ya estoy demasiado viejo para ésto". Él se sabía enfermo y quizás intuía que los grandes homenajes recién le llegarían después de muerto, como a todo legendario escritor le ha pasado.