EL NEORREALISMO URBANO DE «POR DIOS Y POR LA PLATA»

Por: Alfonso Torres V.
    Los gemelos Ataucuri García, finalistas del Primer Premio de Literatura Infantil El Barco de Vapor con el cuento Tabita y Tabito esta vez, saliendo del ámbito infantil nos sorprenden con su libro de cuentos Por Dios y por la Plata. Este conjunto de relatos cortos, por su temática, se inserta dentro del neorrealismo. Hay en ellos, evidentemente, una deuda con Enrique Congrains y Julio Ramón Ribeyro.
    El estilo que manejan, tiene que ver con su formación periodística: intuición, ojo clínico y experiencia, ajeno a las descripciones épicas de los costumbristas ni el experimentalismo de los cosmopolitas. Sus personajes, raras veces tienen complejidades psicológicas, viven en barrios inmundos y buscan con todas sus fuerzas salir de ese ambiente cuyos efluvios de pobreza parecen ahogarlos.
    Influidos por los dos grandes maestros del realismo urbano, los diez cuentos de los hermanos Ataucuri ocupan un solo plano: el presente. Hay un mínimo de antecedentes históricos y geográficos y las comparaciones zoológicas hechas por el narrador, no hacen sino remarcar la precariedad en que viven sus personajes. La trama de los relatos se puede leer como una crónica, sin complejidades, porque la intención de los  hermanos Ataucuri, no solo es mostrar sus historias como un reflejo de la sociedad sino que el conflicto sirva para desmitificar el concepto abstracto que tenemos de la democracia en el Perú. Según ellos, la democracia es verbo, es acción y no un seco sustantivo que desempolvamos cada cuatro o cinco años. La estrategia narrativa empleada por los autores, a lo largo de los relatos, se basa en las preguntas retóricas y la repetición para captar la manera de hablar de los personajes y que toda la narración, surja del interior de los protagonistas.
    En los relatos se percibe un humor negro, ese es quizás uno de los soportes del valor estético de los cuentos, ya que estos dependen en gran parte de su comicidad y del tono carnavalesco. No es de extrañar que los hermanos Ataucuri, dueños de un humor cercano al gris, hayan escogido el tono carnavalesco para expresar la problemática de cómo se viene haciendo política en el Perú en las últimas tres décadas.
   De los diez cuentos que componen el presente libro, dos de ellos me parecen estupendos: La doctorcita y Culito. La tierna tristeza y el cálido humor en los cuentos mencionados podrían haber dejado un sello de sentimentalismo, especialmente en Culito si no estuviesen equilibrados por una fría selección de detalles y por una observación de entomólogo, que, prescindiendo de lupa, ausculta en la naturaleza humana e impone una distancia cuidadosamente medida entre los personajes y el narrador. En el cuento La doctorcita, el argumento es simple: la historia de una mujer que trabaja en un comedor popular y ve la oportunidad de su vida, incursionando en la política. Es  calculadora, fría, observadora y previsora. Cuando el candidato venido a menos, a quien ella respalda, alcanza notoriedad, y finalmente la Presidencia de la República, ella le recuerda viejos favores que tienen que ver con el estómago de la nueva eminencia. La doctorcita, pronto logra elevarse por encima de sus demás compañeros y llega a la cima: Ministra de Educación. Su final es grotesco, cómico, tiene que ver con el hecho de que el adalid de la lucha contra la corrupción es un corrupto despiadado, un cínico que ve, en la desgracia de ella la oportunidad para librarse de una interpelación. En todo cuento neorrealista a los pobres se les asigna un papel cómico carente de complejidades psicológicas pero en este cuento, los hermanos Ataucuri, logran una transformación interesante, pasar de lo cómico a lo trágico. La doctorcita, mujer de escasos estudios, como si fuera una discípula de Platón resume así la condición humana: «Creo que en este país a veces no vale ser muy estudioso, hermana. Los muchachos terminan comunistas y luego desempleados». Esta reflexión trágica no sale de los labios de un caballero medieval, ni de un príncipe de Dinamarca completamente loco, sino de una codiciosa mujer, ignorante y de mente estrecha. Esta reflexión arroja luces en el cuento, la educación y los valores morales en un país envilecido como el nuestro no son las mejores armas para salir de la miseria y la ignorancia. A un hombre honesto el pueblo lo admira, a veces, le hace un monumento, pero en el fondo lo desprecia. La doctorcita y la protesta contra ese orden establecido tienen en este cuento un lugar privilegiado. Los cínicos son los únicos que triunfan y cuando la voz del coro se alza: ¡Alva dignidad! ¡Alva honradez! La doctorcita suelta unas lágrimas y piensa que quizá, su error más grande, fue tratar de ser útil a gente carente de escrúpulos. ¿Si hubiera endurecido su corazón?
   Hoy día se nos ofrecen cursos de lectura rápida, para leer un libro de quinientas páginas en media hora,  modestamente, propongo una lectura lenta de los diez cuentos de los hermanos Ataucuri, mi propuesta tiene que ver con el placer, el gozo provocado por cada una de las historias leídas, y estos, como el caviar paladeado por los Zares debe ser consumido con cuchara de té. ¿El material empleado en la forja de dichos utensilios? Oro o plata; el estaño y Antenor Patiño**, están fuera de competencia.




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(*) Alfonso Torres Valdivia. Escritor y profesor de Literatura. Ganador del Segundo Premio  del Concurso de Cuentos César Vallejo del diario El Comercio 
(**) Empresario boliviano, llamado el “Rey del Estaño” por ser propietario de las principales minas de estaño en Bolivia hasta 1952, cuando sus minas fueron nacionalizadas.