UN CAMINO LARGO PERO GRATO / Entrevista de José Beltrán Peña


Cuando visito a Juan Ataucuri y su hermano gemelo Víctor, siempre los encuentro sentados frente a sus computadoras, escribiendo, dibujando o, simplemente, navegando por internet. Ellos se autodenominan socarronamente «tipeadores» porque son tan modestos que cualquiera los confunde con simples imprenteros o diseñadores gráficos. Pero la realidad es otra, ellos tienen un largo, aunque casi anónimo y desprendido, recorrido por la literatura infantil peruana. Grata sorpresa nos causó enterarnos que Juan alcanzó la final de un importante premio de literatura infantil. Por eso y por otros motivos germinados hace tiempo, quise entrevistarlo, o mejor dicho: entrevistarlos, en plural, porque su mente gemelar muy pocas veces le permite hablar en singular.
José Beltrán: ¿Qué es la literatura infantil para tí?
Es un oficio humilde y muchas veces menospreciado por los academistas que lo miran de reojo y la misma gente de a pie que dice: «¡Ah! escribe para niños», con un acento resignado, como si uno fuera poco menos que un lavatrastes de la literatura. Y, haciendo un símil con el periodismo, también puede convertirse en el más vil de los oficios, porque para algunos escritores es puro negocio, para los carentes de talento un último recurso y un rincón tentador para los advenedizos. Yo lo veo como un apostolado porque la literatura para niños es esencialmente de adoctrinamiento.

Pero adoctrinamiento suena a educativo o aburrido, como los clásicos poemas escolares del calendario cívico ¿A qué te refieres?
Esto lo hemos discutido mucho con mi hermano porque dentro de la literatura se considera que la infantil debe ser esencialmente lúdica o de evasión. Estamos de acuerdo solo en parte, porque el niño está en proceso de aprendizaje, adoptando costumbres, valores y procesando las bases sobre las que sostendrá su personalidad; no está en una burbuja espacial. Aprende de todos lados, de la televisión, la calle, la escuela, los amigos, la religión, de sus mismos juegos ¿y por qué la literatura ha de ser la excepción? Todo contenido siempre tiene una doctrina, sino que a muchos les suena equivocadamente a tabú o asunto político.
Los cuentos infantiles poseen siempre un contenido, positivo o negativo, valores o antivalores. Obras como La cenicienta o Patito feo tienen un fondo, una enseñanza, una doctrina, y se llama adoctrinamiento cuando el lector asume un contenido y eso pasa forzosamente con el niño.

Sin embargo, sí existe literatura para niños totalmente lúdica y «limpia» de doctrinas.
Tienes razón, pero éstas no están exentas de una función o intención cuasi educativa, puede ser el de entretener o de adiestrar facultades como el oído, el lenguaje, agilidad mental, etc. como el caso de las adivinanzas o jitanjáforas. Éstas últimas son juegos de palabras que no se dirigen a la razón sino a las sensaciones y fantasía, aunque el autor sí haya razonado mucho para crearlas. Volvemos a lo mismo. Lo que debemos dejar en claro es que una buena obra debe conjugar fondo y forma, los extremos no sirven para ninguna antología.

¿Y tus Fábulas peruanas?
Cuando iniciamos este proyecto todos nos decían que la fábula es un estilo de menor cuantía propio de «tipeadores». Pero teníamos un fundamento, una tesis que afortunadamente hoy muchos la han adoptado. Ésta es que la literatura infantil peruana debe servir, además de entretener, para inculcar valores e identidad nacional. Para el efecto, debía empezarse utilizando lo que tenemos en la tradición costeña, andina y amazónica; nos atrevimos a revisar los mitos leyendas y cuentos tradicionales de casi todo el país y los convertimos en fábulas asimilables para niños y jóvenes. Pero esta idea no es nueva, sino veamos a los hermanos Grim o Andersen, adaptadores de mitos y leyendas europeos a cuentos clásicos que hoy identifican a los niños de ese continente.

Hemos sido testigos de la dura batalla que han dado por colocar este libro en las vitrinas…
Es cierto, se reconoce hoy su importancia como referente de estudio en las escuelas pedagógicas y en los colegios primarios y secundarios. Sorprendentemente, este año el libro ha sido mencionado como fuente importante en la elaboración de textos escolares de diferentes y conocidas editoriales como Norma o Vicens Vives; lo anecdótico es que nos hemos enterado de ésto por terceras personas y no por las editoriales, como suponemos debe corresponder. Mención reservada merece cierto texto escolar del Ministerio de Educación que ha publicado una fábula de nuestro libro sin dignarse siquiera a poner el crédito. Primero nos ninguneaban, ahora reconocen nuestro trabajo pero aún nos ignoran en los círculos formales.

¿Por qué crees que pasa esto?
Lamentablemente es una práctica usual que la han sufrido muchos escritores de ascendencia provinciana o apellidos autóctonos. Nos encasillan como «andinos», chauvinistas, anclados en el pasado, incapaces de trascender más allá de la literatura oral o los mitos, nos folklorizan injustamente atribuyéndonos una limitada visión cosmopolita. Es, en realidad, un prejuicio facilista propio de los escritores y críticos que se autodemoninan «criollos» o urbanos.
La otra razón es porque muy pocas veces hemos participado en eventos literarios. A ello sumamos que nuestro magro trabajo con el sello Gaviota Azul Editores, de periodistas digitales ad honorem y el desarrollo de multimedias educativas, nos dejan poco tiempo para asistir a reuniones literarias donde la gente crea su círculo. Es elemental: el grupo te da fuerza. En cambio nosotros somos llaneros solitarios, pero, ojo, no nos consideramos ni somos marginales.

¿Entonces sí existen las «argollas» y las «vacas sagradas»?
Por lógica científica y antecedentes históricos, claro que sí. Las argollas funcionan en todo aspecto: en la política, deporte, televisión, etc. El mundo literario no es una isla, esta conformada por seres humanos defectuosos, y si son escritores, aún más. Lo dañino no está en su existencia, sino en su monopolio o perennización. Perforar estas argollas no nos quita el sueño, darle la mano a las «vacas» tampoco. Para nosotros es más reconfortante que un lector te llame a casa pidiendo un libro autografiado o diciendo que el nuestro es mejor que del otro «pues su profesor de cátedra le ha recomendado», y a ese tal profesor ni lo conocemos.

¿Qué significa ser finalista del I Premio de Literatura Infantil El Barco de Vapor?
A nivel personal dos cosas: un desafío que vencimos a la primera. Nunca habíamos participado en concursos similares y, vea usted, estuvimos a codo con gente más experimentada en estos lances. La segunda es que no por apellidar Ataucuri o haber escrito fábulas peruanas debemos estar confinados a ser escritores «andinos». El cuento que llegó a la final es más urbano y cosmopolita que el de muchos «criollos».
A nivel de la literatura infantil peruana, este premio de la fundación española SM, está marcando un hito difícil de superar; primero por la cuantía y segundo por la masiva participación de escritores de todo el país. Ello ha despertado al monstruo, incluso sé que muchos escritores de otras vertientes se están mudando a las «ligas menores», todo por el bendito premio. Bueno, con tal que ello sume y no reste, está bien.

Hablando de «ligas menores» ¿Qué piensas de aquellos que creen que escribir para niños es un oficio de segundo orden?
Lo dicen por envidia, pues son los autores de literatura infantil quienes logran mayores éxitos editoriales y porque son quienes quedan en la mente de los hombres y mujeres para siempre. Esto viene de larga data; pregunta a la gente qué recuerda más ¿una Fábula de Samaniego o un verso de Luis de Góngora? Por su puesto que recordarán a Samaniego. Ese es el drama de los escritores mayores. En cuanto a calidad literaria ¿cómo podemos ningunear al Platero y Yo o a El Principito?, obras maestras sin duda alguna. Y si todavía hay duda, preguntémosle a Sergio Bambarén porqué ha vendido más libros que Vargas Llosa y Bryce juntos.

¿Cómo fueron tus inicios en este -como dices- «apostolado»?
Desde la escuela. Siendo niños mi hermano y yo nos preguntábamos porqué los cuentos y fábulas que nos contaban los abuelos no lo encontrábamos en ningún libro y por el contrario sí veíamos en la librerías cuentos como La Caperucita Roja o Blanca Nieves con castillos y leones que nunca vimos en nuestro entorno. Y también eso sucedía con las historietas de Walt Disney, donde cuestionábamos porque no había un cuy o una llama en ellas. En ese entonces sucedió algo sorprendente. El gobierno de hasta hoy vilipendiado General Velasco propugnó un nacionalismo cultural que, siendo niños, coincidía con la visión que teníamos sobre lo que debía ser nuestra literatura de entretenimiento. Por eso, creamos personajes para historietas y cuentos como Cuyín, Maquisapa, Taruco y otros animalitos de nuestro hábitat. Teníamos doce años cuando hicimos esto.

¿Ustedes crearon un cuy parecido al de Juan Acevedo?
Nuestro personaje de Cuyín nació oficialmente en una publicación infantil llamada Urpi del diario La Prensa, que dirigía el maestro Walter Peñaloza. Ya estábamos en secundaria. Era un personaje distinto al que años después Acevedo publicó. Estaba dirigido a los niños exclusivamente y desarrollaba temas ecológicos. Recordamos cariñosamente esta etapa en la cual nuestros sueños se hacían realidad y pudimos conocer a gente como Carlota Carvallo de Núñez. Después llegó la oscuridad cuando cerraron Urpi.

¿Pero tu hermano y tú siguieron conectados con la literatura infantil?
Terminada la secundaria -era a la década del 80- buscamos la manera de seguir en este camino. Recorriendo editoriales conocimos a Francisco Izquierdo Ríos gracias al editor Moisés Bendezú. El maestro autor de El Bagrecico nos aconsejó no cejar en este empeño de seguir cultivando la literatura para niños con aires peruanos. Estando en la facultad de Comunicación de la USMP tuvimos nuevamente la oportunidad de publicar nuestros trabajos, gracias a la gestión de César Hildebrantd, en el semanario Visión Peruana, en donde Danilo Sánchez dirigía Visión Futuro. En esta época empezamos a germinar nuestras fábulas peruanas. A la par, hacíamos las artes y diseño de revistas culturales como la que dirigía Ernesto Ráez, maestro de teatro para niños y uno de los fundadores del APLIJ.
En los noventas hicimos radio, producimos y conducimos el programa para niños Somos en Mundo, en diversas emisoras de Lima y hasta hace poco El valle de los valores por Radio María. Con estos programas intentamos seguir la segunda parte de nuestra tesis: que la literatura infantil peruana se convierta en base de una industria del entretenimiento nacional. Ahora resulta que tuvimos razón, pues la película animada El Delfín, la mejor producida de los últimos tiempos, está basada en una novela infantil peruana. Como debe ser, si queremos una industria cinematográfica para niños propia, madura y de peso.

Personalmente, ¿qué piensas del boom peruano de literatura para niños?
No es propiamente boom literario, sino editorial. Se veía venir cuando Toledo promulgó la Ley del Libro; a ello se sumó el famoso Plan Lector de Ministerio de Educación. Dos cosas que impulsaron la producción sobre todo para escolares. El problema es que este boom no ha venido acompañado de autores e ilustradores a la altura de las circunstancias, va llegar el momento en que escasearán. Aunque puede ser que ya esté sucediendo pues en algunas librerías vemos cada producto que dan ganas de hacer una pira con ellos. Por ejemplo, cierta editorial «popular» acaba de publicar un libro de fábulas de Melgar, donde el autor vilmente a «volteado» nuestra versión y ha hecho una mazamorra con los versos del notable poeta arequipeño porque ni siquiera ha podido interpretarlos.
Finalmente, ¿Qué les dirías a los jóvenes escritores de literatura infantil?
Lo primero, que lleven con orgullo ese escudo dorado. Es nuestro deber escribir, con la mayor sencillez y gracia literaria, historias que hagan crecer espiritualmente al niño. Y no se dejen apabullar por los ricos tejedores y alquimistas de la palabra que al final, por soberbios, terminan ahogados en sus frívolos contenidos.

JOSÉ BELTRÁN PEÑA
(Poeta, escritor, investigador y animador cultural)
Entrevista publicada en la revista Palabra en Libertad Nº 10, agosto 2009